La sal de la vida



<<El que cocina en casa es mi papá, y además, lo hace muy bien. Mamá dice que todo lo hace bien>>. Empezó señalando ante el estupor general de los asistentes al acto que se miraban unos a otros  estupefactos. No podía ser. Un hombre haciendo algo (o casi todo) bien . Y una mujer hablando bien de un hombre. Encima, en la cocina, tradicional feudo femenino. Hasta ahí podíamos llegar.

Siguió hablando totalmente ajena al revuelo montado. <<Hasta a mamá le gusta. Y eso que ella es muy difícil de complacer porque ha vivido en muchos países distintos y ha probado todo tipo de cosas. Pero papá cocinó su plato favorito, uno que le hacía su abuela, en Argentina, cuando era pequeña>>.  Se interrumpió al ver entre el público a su padre, entre risas y algo azorado, sin llegar a apreciar cómo éste acariciaba tímidamente la mano de su mujer, mientras contemplaban arrobados a su pequeña. A pesar de ser conocidos, llevaban una vida discreta o eso intentaban, al margen del bullicio social y de las revistas.

 Jimena, con seis años recién cumplidos, trataba de explicar, en un acalorado debate sobre cocina en familia mantenido con otros niños de su clase en el colegio, que quien dominaba las artes culinarias en casa era su padre, un eminente jurista con gran proyección política. Moreno, atractivo, de ademán elegante y nobleza de corazón. De nombre Jaime, conocido como habrán podido imaginar por el efecto que producía como Jaime el Conquistador. De él había heredado sus ojos de un azul intenso. De su madre, una fulgurante periodista de porte arrogante y nariz tan afilada como su pluma: el color del pelo, de reflejo dorado. Por algo su padre la llamaba cariñosamente "mi rubilla". 

 La niña continuó con desparpajo. <<Todos ayudamos un poco. Mis dos hermanos pequeños y yo nos encargamos de los ingredientes y papá de lo principal. Quedó muy bien. A mamá le chifló. Creo que aunque él es un gran cocinero, el haberlo hecho todos juntos, le dio un toque sabroso y divertido y eso, ¡eso! fue lo que más le gustó a mamá: el sabor familiar, tan familiar>>. Terminó de hablar entre aplausos.

Su padre la miraba con devoción y algo de orgullo al comprobar cómo con pocas palabras había captado la esencia de la vida: que las raíces familiares son el principio de todo, y de ese amor generoso, acogedor y desinteresado ( sin compartimentos) brota todo lo demás.

 Como dice el Evangelio despejando el campo y disipando cualquier duda: << (...) todo lo demás se os dará por añadidura>>. 

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