Despertar a la vida

 Vivimos en el famoso Estado del bienestar. Y, también, en la sociedad del cansancio. Entre el desgaste laboral o burnout y el exceso de información, de sensaciones, expectativas y requerimientos. Afrontamos  una riada de tal magnitud que nos acaba devorando por dentro, empujándonos a un estado de fatiga permanente. Nos aboca a la indiferencia de los sentidos y a un cinismo inducido para interpretar lo que nos rodea.

Dicen que en el arte de vivir, tener rutinas es beneficioso, pero siempre que las mismas no sustituyan a la propia vida. Cuando todo se torna reglado, no hay lugar para respirar o para la sorpresa. Nos dejamos llevar por el piloto automático. Los sentidos se adormecen. Ante ello, estemos alerta, despertemos. Recuperemos la sensibilidad ante la vida y sus curvas o recovecos. 

Con los sentidos sobrecargados, solo percibimos lo más lejano… mientras nuestra día se consume como el relámpago de una cerilla. Zarandeados por los acontecimientos y bombardeados por el apremio de ver u oír, nuestros sentidos se atrofian. El oído y la vista, hoy atropellados, necesitan descanso, margen de maniobra. Perspectiva. No hablemos del olfato. Tal vez, por eso, nos hemos olvidado de distinguir el aroma de las flores. Primero necesitaríamos pararnos y reaprender a contemplar, a disfrutar en silencio. Permitirnos ese tipo de lujos... Una parada en boxes de vez en cuando. Lo hacen hasta las máquinas mejor engrasadas. Los coches de Fórmula Uno. Con una puesta a punto, podríamos volver a mirar a las cosas como si fuera la primera vez y dejarnos sorprender cada día por el color de las flores, el olor característico del mar o el aire despejante del campo. Y relajarnos con el gusto de lo que permanece en el tiempo.

Estamos tan alejados de la naturaleza que olvidamos acariciar la vida indefensa que se acerca a nosotros. Abrámosle la puerta, y permitamos que por esa puerta entre la alegría de cada día. Dejémonos  deslumbrar. Reaprendamos a caminar por la vida como seres humanos con ojos que ven y oídos prestos a escuchar… No nos conformemos con ser autómatas, o en palabras de Ingmar Bergman: analfabetos emocionales. Ha llegado el momento de revitalizar nuestros sentidos. 

La vida es una laboratorio enorme para la atención, la sensibilidad y el asombro, que nos permite reconocer en cada instante, por pequeño que sea, una reverberación de la presencia de Dios. Os invito a comprender mejor lo que une sentidos y sentido, con un espíritu y una mirada nueva, limpia y diferente.


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