La monja alférez con licencia para viajar


  << Nací yo, doña Catalina de Erauso, en la villa de San Sebastián, de Guipúzcoa, en el año de 1595>>. Así empieza mi biografía, superior en aventuras a la de cualquier pícaro o mortal.  Me conozco y lo reconozco: he sido una mujer de rompe y rasga, no quise ni tuve que pedir permiso a nadie para hacer cuanto se me antojara. 

 A los cuatro años fui internada en un convento. A los 15, me fugué de allí, a plena luz del día, ataviada como un hombre. Tres años después, en Sanlúcar de Barrameda, me hice pasar por grumete en un galeón. Me embarqué en un viaje sin fin, no exento de riesgos, y rico en lances de resultado incierto. Ansié conocer el mundo. Recorrí, entre tempestades y motines sangrientos, Venezuela, Ecuador, Chile, Argentina, Perú. El mundanal ruido me llevó al interior de una cárcel, y de mi misma; llegué incluso a ser condenada a muerte en uno de los exóticos países que visité. Me libré de milagro, con encanto y algo de suerte. Luché, como uno más, contra mapuches y araucanos, y llegué a ser alférez. En 1624, volví a España, convertida en una celebridad, pues me consideraban una rara avis, un ave exótica: la gente acudía a verme vestida con ropas de hombre. El rey Felipe IV, tuvo la gentileza de abrirme las puertas de la Corte, y el mismísimo Papa, las de la curia: << besé el pie a la Santidad de Urbano VIII>>, que resultó ser de corazón comprensivo, generoso y afable, y me concedió licencia para seguir vistiéndome como un hombre. Disfruté de las delicias mundanas y divinas de Roma y del mundo. En 1630, regresé a América, y encontré la muerte en la nueva España. Pero, como bien saben, la muerte no es el final. Nací para vivir siempre, convertida en leyenda. 

 Concurso de Zenda de Historias de Historia.

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