En busca de la sustantividad perdida
Vemos como se está haciendo realidad uno de los temores de Tocqueville: el despotismo blando. Se hace patente en un gobierno que se muestra, en apariencia, suave y paternalista, con elecciones periódicas. Sin embargo, en realidad, todo está regido por un inmenso poder tutelar sobre el que tenemos poco o ningún control. La única defensa contra ello es una cultura política en la que se valore la participación real y efectiva, en los diversos niveles de gobierno o en asociaciones voluntarias de personas que puedan expresarse con conocimiento, experiencia y en libertad. No obstante, el atomismo del hombre moderno, (hombres <<encerrados en sus corazones>> o en su propio bienestar), lo hace tremendamente difícil.
El liberalismo que diviniza el individualismo (el yo frente al nosotros o lo común) y hace primar la razón instrumental (que queda reducida al mero cálculo), nos deja indefensos y sin poder de reacción... ante el despotismo o defectos del sistema que es necesario diagnosticar corregir en vez de fingir que no existen.
En el fondo queda claro que, sin una base moral sustantiva, el edificio se derrumba con estruendo, lo que causa sorpresa es que sea bajo la atónita mirada de los presentes. Pues no hace falta ser agricultor para saber que uno recoge lo que siembra.
A vista de todo lo anterior, es importante empezar por la base o desde lo básico, esto es, reconociendo la fuerza cualitativa, trascendente, que da apelar a valores que están por encima de la voluntad o interés de uno y de su particular circunstancia. Lo que algunos llaman realismo apelativo. Me refiero, claro, a bienes superiores que han de ser vividos para llegar a la categoría de virtudes que hagan posible una convivencia armónica. E incluso recuperar la fuerza semántica del lenguaje para articular un debate serio con el afán de recuperar la fuerza olvidada de la moral sustantiva…
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